El tren empieza a frenar, levanto la vista de mi libro y le diviso. Veo como poco a poco se acerca aunque no se mueve. Instintivamente en un reflejo absurdo aprieto mis pies contra el suelo del vagón como queriendo imprimirle fuerza. Deseo que el vagón le rebase y perderle de vista, pero como suele ocurrir la mayoría de las veces eso no ocurre. Entonces le veo dudar en el último momento cuando el tren está a punto de parar. Duda que puerta elegir y yo mentalmente le empujo a que elija la del vagón de cola, pero finalmente elige la puerta del vagón donde me encuentro. He visto el objeto de mi tensión en su mano desde la distancia y cuando la puerta del vagón se abre, el silencio del interior del compartimento amplifica el sonido. Vuelve a dudar si dirigirse a la derecha o a la izquierda. Busca un sitio durante unos segundos para finalmente quedarse un asiento por delante de mí. Y entonces se despierta en mí, una vez más, ese instinto violento que todos llevamos dentro y que en ciertas ocasiones sale a la luz sin que podamos evitarlo. Puedo ver su cara de satisfacción. Mira alrededor pavoneándose con una sonrisa imbécil mientras coloca el altavoz de su móvil hacia arriba para que la música distorsionada por un altavoz que no esta preparado para semejante volumen llegue más lejos."Soy la hostia" parece decir su expresión. "La hostia te la daba yo" - respondo mentalmente. Otros pasajeros del compartimento posan sus miradas de odio sobre el imbécil vocinglero que me recuerda a los gitanos que iban por los barrios con un altavoz y un organillo, pero lejos de sentirse amendrentado el imbecil se siente orgulloso de ser el centro de atención. El tren va deteniéndose en todas las estaciones y solo me queda la esperanza de que su destino se encuentre antes que el mío, pero las paradas van sucediéndose y el imbécil se ha acomodado ya apoyando los pies en el asiento que tiene enfrente y se encuentra feliz con su discoteca móvil.
Podría decirle algo, quejarme, llamarle la atención, pero viendo la "intelectualidad" en su mirada creo que no es una buena idea, porque ante una réplica suya (seguramente construida con gran esfuerzo y escaso sentido) me dejaría ir y se liaría la de Puerto Urraco.
Entonces el tren vuelve a detenerse, se abren las puertas y sube al vagón una "Jenny Poligonera" con unos auriculares incrustados en sus orejas. Puedo oír su música incluso por encima de la música del imbécil de la discoteca móvil. Se acomoda en el siguiente vagón, y desde allí sigo oyendo el retumbar de su música a pesar de que como digo, lleva unos auriculares puestos. Miro al imbécil que se ha quedado extasiado contemplando a la chica de los "auriculares-altavoz" y veo en su mirada deseo. Y entonces imagino que él se levanta de su asiento y se acerca a ella, le saluda, le pide permiso para sentarse a su lado y para compartir su música. Ella le pregunta por su móvil molón que escupe decibelios como si fuese un cañón de sonido, y el se infla como un pavo real mientras le demuestra lo que puede dar de si el aparato. Entonces ella emocionada vuelve a colocarse uno de los auriculares y le ofrece el otro a él, que se lo incrusta en el oido contrario .Entonces sube el volumen de su mp3 todavía más y.......les revientan los tímpanos y la sangre empieza a manar por sus oídos, por sus ojos, por su nariz. Y la gente nos ponemos de pie y aplaudimos como si aquello fuese el cierre de un concierto magistral de los Rolling Stone.
Y entonces despierto de mi fantasía y veo que cada uno sigue en su sitio y que sus respectivos aparatos siguen "vomitando" decibelios. Me giro en mi asiento, miro por la ventanilla y el único consuelo que me queda es pensar que en un futuro seguramente ambos terminarán con los tímpanos perforados.